Aquí en Puerto Rico las historias que en mi infancia me contaban nunca comenzaron con la famosa frase “Había una vez” como en los cuentos de hadas. Aquí mis tíos o mi abuela, que era la que le encantaba contar historias, comenzaban a narrar con la frase “En mis tiempos” o “Allá en el campo”. En el campo porque mi familia de parte de madre son del Pueblo de las Flores, Aibonito.
Esta frase era la señal que me daba a reconocer que ese era el comienzo de una historia fantástica. Esas historias usualmente se hacían en la sala o en la marquesina. ¡Sí, en la marquesina! En Puerto Rico las usamos de sala o de balcón para en ellas pasar las tardes y coger fresco. Era allí que mientras cogiamos el fresquito de la tarde o se jugaba dominó o briscas, se narraban historias de una vida cotidiana pasada, esas historias de antaño.
Esas fueron las historias que me forjaron, me ayudaron a adquirir experiencia. ¿Recuerdas las tuyas, esas de tu infancia? ¿Qué aprendiste de ellas? ¿Qué inspiraron en ti?
De esas historias fue de donde muchos seres creativos sacaron y sacan sus ideas para sus escritos. Así que cuando me preguntan de dónde saco mis ideas, les doy una respuesta sencilla: de mi vida cotidiana. Esas historias de la vida cotidiana sirven de catalítico para una historia que toque el alma, con la que muchos se puedan identificar porque se les he familiar. De eso se trata, de darle realidad a la ficción para que el lector sienta que es suya la historia y se pueda identificar con ella y contigo.
La magia de la vida cotidiana es la semilla de la cual nacen historias. Es uno de los ingredientes principales. Mira tus alrededores, tu vida cotidiana está repleta de historias que enriquecerán las que escribes. Toma tiempo para agarrarlas y hacerlas tuyas y llevarlas al mundo literario que espera por tus historias.
Hasta la próxima.
Alexandra Román