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Una mañana en El Yunque

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Sobre nuestro destino la suave neblina blanca era la emperatriz de la montaña. Su manto se extendía sobre las verdes faldas marcando su dominio. Las letras mayúsculas sobre un campo marrón rectangular revelaban nuestro destino, EL YUNQUE, y con una flecha la recta pavimentada a seguir. Como todas sus hermanas que abrazan las faldas de las montañas borinqueñas, la carretera se enroscaba como serpiente mientras la montaña desplomaba el verdoso fruto de su vientre sobre ella.

Eran las 7:30 a.m. cuando comenzamos nuestro ascenso por las faldas del Yunque. Los primeros seres que divisamos en la ruta solitaria fue al llegar a la cascada La Coca. Al bajar del auto para capturar el recuerdo, la frialdad húmeda nos azotó de improviso produciendo una sonrisa. Los blancuzcos hilachos de la cascada descendían a toda prisa por la robusta y lisa roca negra. Su música era armoniosa y contemplarle era el preludio de lo que encontraríamos.
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La torre Yocajú se eleva majestuosa sobre la vegetación que le rodea. Su escalera en espiral te lleva a su tope y por ventanillas arqueadas se ve parte del paronama, más no es hasta que se llega que éste te roba una sonrisa, tal vez un suspiro de admiración. El orgullo de haber nacido en esa tierra hermosa y que ese verde tesoro es tuyo y de tus hijos, te ensancha el corazón. El mar en la distancia era bañado por los cálidos rayos del sol; y la montaña a tus espaldas, por refrescantes gotas de lluvia.

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Para llegar a la vereda La Mina hay que descender una serie de empinadas escaleras que lleva a un área de picnic con casetas de concreto y separadas por la verde y hermosa vegetación. El olor a barbacoa mezclado con el aire fresco comenzaba a inundar el ambiente. En varias de las casetas hamacas eran colgadas, el pasado taíno vivo en el presente. Las instrucciones de mantenerse siempre en la vereda y nunca salir de ella, retumban en el subconsciente como un eco del pasado.
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Marcada por letreros de precaución, la vereda estrecha era una mezcla de concreto y grandes piedras de río, imitaba a su modo el tramo que el río tomaba desde que se abrió camino entre la tierra rocosa de la montaña. Subes, y las vistas espectaculares del río en constante movimiento te permite admirar su longitud abrazada por rocas y la naturaleza mojada por el rocío que le daba lustrocidad. Bajas, y las barandas metálicas pausan y permiten un espacio para llegar a la posita y mojarte los pies o bañarte en su cristalina frialdad. Mas es en la cascada La Mina que admiras su belleza y majestuosidad, la cual abre su entorno para refrescarte en ella. El Yunque nos regaló su entorno, su belleza sin igual y un recuerdo eterno.
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