Bajo un mar de carpas blancas se anidan las librerías ofreciendo sus deleites. Los curiosos, como yo, se asoman a dar una ojeada a la gran oferta. Algunos compran, otros siguen al próximo kiosko. Es un día hermoso de un cielo despejado azul celeste y una brisa suave. Aunque el tránsito y sus ondas sonoras son la norma en está parte, en la Plaza Colón el ambiente es sereno y se respira tranquilidad.
Van aproximadamente diez minutos desde que arribé y tomé asiento al final de la plaza. Estoy inmóvil, observo un niño y su abuela jugar con las palomas. Sonrio, pero me siento perdida. Quizás porque el día comenzó turbulento para mí y mi alma se regocija con la serenidad del lugar, se alimenta. Te llevaré alma a la Catedral, por ahora déjame ir, caminar, disfrutar, olvidar.
Libre, comienzo mi recorrido por las carpas. Termino comprando primero para mis hijos en SM y luego para mí en Terranova. Pero mis recuerdos de un pasado no vivido, experimentado a través de la comunicación verbal, me lleva a ascender por la calle O’Donell esquina Luna. De esa calle de adoquines azulados y grises, tengo una foto de mi abuelo con mi madre y tío cuando vivían allí. Necesito un GPS, así que llamé a mi madrina y ella me dio las coordenadas. Una foto para comparar con la que tengo en casa.
De camino a la Plaza de Armas me encuentro, entre los olores a pollo frito a las once de la mañana y que mi estómago no soporta, con la iglesia San Francisco. Alma esta es tu oportunidad. Me adentro y rezo luego de mi reverencia, pero la música que suena frente a las escalinatas de la iglesia me deducen. Termino y al salir me topo con un espectáculo de música y danza tradicional, siendo admirado, y con cámaras en mano, por una docena de turistas.
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=mkJLIahj5-M?rel=0]
Las tripas suenan al son de los tambores de la bomba y plena y recuerdo que cerca está La Bombonera. ¿Mallorca y jugo de china natural? Por supuesto.
De ahí a la Plaza de Armas. Músicos se preparaban para deleitar a su audiencia de la edad de oro y yo, con el tiempo en mi contra visité la carpa de los artistas. Todo tentador y mis paredes sin lugar para sujetar alguna otra pintura, me detuve y admire. El tiempo, se acaba el tiempo. Así que antes de regresar a casa me detuve a descansar bajo la sombra del Ballajá y admirar El Morro y decir hasta mañana si Dios lo permite, que aún quedan cosas por disfrutar. Pies con ánimo, que ahora es cuesta abajo.