Me levanto tarde para que los días se me hagan cortos. Mas a veces se hacen eternos. Otros tienen la sensación de que son el clon de uno vivido no sé hace cuanto. Desde el 15 de marzo de 2020, luego de recoger los libros en el colegio de mi hijo durante la noche, no he salido de casa. Bueno, lo más lejos que he llegado es al zafacón y al buzón frente a mi hogar. La vida cotidiana a cambiado drásticamente. La rutina ha mutado. Hay tiempo de sobra, de más, pero me sigo levantando tarde para que el tiempo se gaste y no haya para pensar en lo que estaría haciendo en esos momentos bajo una situación normal.
Se vive como en una distopia, de esas que parece han pasado de la fantasía a la realidad. Resuenan en los tweets de personas que han encontrado similitudes aquí y allá con obras literarias. Al parecer estas son oráculos que algunos han pasado por alto y que otros esperaban pacientes se cumpliesen sus profecías.
Como escritora observo lo que a mi alrededor ocurre a través del lente tecnológico que me permite ver el mundo de afuera. Veo a través de otros ojos. Es la oportunidad perfecta para crear historias fantásticas. Ensayos que cuenten el momento histórico que se vive en cuero y carne. La distopia. La realidad. La corrupción. El caos mental. Las estadísticas humanas. La ignorancia. La arrogancia. La libertad. La vida. Los heroes. La muerte. ¡Hay tela por donde cortar!
No he escrito nada sobre estos momentos. Nada. Como madre he ayudado a mi hijo a escribir sobre el tema. Le he ayudado a analizar la situación para que la capture en sus ensayos. Mas como escritora me he negado añadirlo en mi escritura, porque se ha apoderado de mi vida, de la vida de mi familia, de la de mis amigos, la de mi madre y madrina, la de los desconocidos. Se ha apoderado de las letras de cientos de escritores.
Sí, y mientras escribo estas palabras me doy cuenta que ya se adentró en mi escritura. Era cuestión de tiempo. Iba a llegar. Está en todas partes como un ente omnipresente. Me reinventa para ser otra en un mundo que muta a su toque invisible. Reinventarse, es el lema campante de esta era. Cambiamos bajo el toque obligatorio y dictador para sobrevivir de una manera solo vivida a través de la literatura y plasmada en los libros de historia de un pasado que se hace eco en este presente.
Me pregunto si peco al rechazar escribir de estos tiempos. Como escritora tengo una responsabilidad de capturar en las palabras lo que se vive. Pero duelen al pensarlas, duelen al sentirlas, duelen al escribirlas. Me repito que no hay necesidad de tantas en el mundo cuando el mundo entero las vive. Soy escritora y debo plasmarlas, me repito mientras se me hace un taco en la garganta.
Un mes y no se cuántos días después de este encierro, he decido es tiempo de escribir. De liberarme del yugo del omnipresente. Dejar que mi voz y mi sentir sean leídos. Heme aquí, incluyendo mis letras para las páginas de la historia como la escritora que se negó hacerlo en un principio. Para salir de este encierro de la página en blanco.